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sábado, 20 de octubre de 2012

Capítulo 1: La fábrica de nubes.


   Aviso: Los personajes de esta novela están basados en personas de la vida real, no obstante,  sus actos y la mayoría de las actitudes que muestran son fruto de la imaginación.


       - Has vuelto a ganar, mamón.

Exactamente no sé cómo llegué a ese bar. Era oscuro, pequeño y cutre, pero al menos estaba medianamente limpio. Todo olía a corcho de botella de vino. Fuera llovía a cantaros y el frío era de ese que se te mete en los huesos. Estaba rodeada de hombres, algo que no me incomodaba en absoluto.

Me había sentado junto a la barra, en el primer taburete libre que había encontrado, al lado de dos tipos bastante peculiares. Justo a mi derecha reía un chico rubio de pelo escandalosamente rizado. El otro era moreno y parecía bastante regordete. Se entretenían con un estúpido juego de borrachos en el que tan sólo eran necesarios unos cuantos tapones de cerveza. Yo miraba a los dos tíos de reojo, al tiempo que me bebía una ‘Desperados’.

Tan sólo llevaba una semana en aquella pequeña ciudad. Vivía en un piso de alquiler, era bastante barato y  lo suficientemente grande para mí. Borja me había dejado. Yo me había ido de la ciudad, necesitaba empezar de nuevo. Era joven y espabilada, podía hacerlo. Cinco años de sufrimiento y desgaste emocional no habían sido nada comparado con todo el tiempo que me quedaba por vivir. Podría decir que cuando terminó la relación me morí. De todas maneras, lo bueno de morir es renacer, ¿no?

      - ¿Cómo se juega? – me atreví a preguntar a los dos desconocidos.


Me miraron algo desconcertados. Dejaron de reírse por un momento y el rubio se puso algo serio antes de dirigirse a mí:


       - No me puedo creer que a una belleza como tú le interesen nuestras gilipolleces.

       - Pues créetelo y de belleza nada, como se nota que has bebido – le contesté muy segura de mí misma y con una sonrisa picarona.


Él arrastró su taburete hacia atrás para hacerme un hueco e indicó con la mano que yo acercase el mío. Lo hice. Él me miró. Yo le gustaba, lo vi en sus ojos azules.  Me tendió su mano, tenía las venas marcadas:


       - Me llamo Joaquín, ¿y tú?

       - Yo soy Nina– le dije mientras le daba un apretón cordial.

       - Yo Bruno – dijo su amigo mientras me saludaba con dificultad al estar sentado a la derecha del rubio.


Joaquín redistribuyó los tapones de cerveza por la barra y puso cara de concentración. Fue entonces cuando me di cuenta de que era un hombre muy atractivo.  Fijo sus ojos en los míos y empezó a hablar:


       - A ver es muy fácil. Ponemos los tapones de cerveza en forma de triángulo. En la base siete, en la siguiente fila cinco…


El juego era fácil y simple, tan sólo había que retirar los tapones que se rozaban de dos en dos y el que se quedaba con el tapón del final, el cual no tenía pareja, perdía.


       - Pero sólo podemos jugar dos personas – dijo Joaquín mientras fulminaba a Bruno con la mirada.

       - Ah… no, si yo ya me iba, que mi mujer estará ya de los nervios.


Cuando salió del bar, una ráfaga de viento entró desde fuera y  nos erizó la piel. Bruno había recalcado la palabra mujer y eso había hecho que me percatara de que eran más mayores de lo que pensaba. Decidí ser directa y no andarme con rodeos:


       - ¿Ha dicho mujer? ¿Tú cuántos años tienes?

       - Tengo veintiocho años, soy un soltero de oro – me contestó con una amplia sonrisa.


Yo sonreí como una estúpida, aquel tipo me encantaba.


       - ¿En qué trabajas? – curioseé antes de sorber el último trago de cerveza rubia.

       - ¿Solamente quieres saber en qué trabajo o quieres saber algo más?

       - Simplemente habla, quiero escucharte – le contesté después de morderme el labio inferior.

       - Pues… veamos…  ¿qué decirte? soy un tío legal, sí,  independiente, con los pies en el suelo     ¿sabes? Vivo solo desde hace años, mi familia es de Barcelona y apenas los veo, tampoco me importa. Amo el arte, especialmente la pintura, es más, pinto en mis ratos libres. Bebo cerveza en este bar de mala muerte para no olvidarme de donde vengo, de que no siempre fui rico. Sí, como lo oyes, tengo dinero, muchísimo dinero, más del que te puedas imaginar. Tengo coches caros, una casa grande y una enorme piscina… vivo bien, pero vivo solo.


No dije nada, sólo asentí y permanecí en silencio.


      - Creo que ya es un poco tarde para ponernos a jugar a la tontería esta de los tapones… ¿te acerco a tu casa? – me preguntó al tiempo que me tendía una mano para ayudarme y con la otra se sacaba del bolsillo las llaves del coche.

       - No voy a subir al coche de un desconocido y además todavía no me has dicho en qué trabajas.


Me estaba haciendo la difícil, no obstante, me moría por irme con él.


       - ¿Y si te digo en qué trabajo dejaré de serlo?

       - Entonces sí – me gustaba ese juego, estaba dispuesta a arriesgar mi vida sólo por saber algo más de él – si me dices dónde trabajas el asunto cambia.

       - Soy el dueño de una fábrica de nubes.


Los dos sonreímos.


      - Esperaba algo menos dulce tratándose de un cara dura como tú.

      - Yo soy muy dulce.

      - Déjame comprobarlo.


Le cogí la mano y salimos del bar.