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miércoles, 12 de diciembre de 2012

Capítulo 3: Perras

Salí de la casa. Había dejado de llover. El viento me apartó bruscamente el pelo de la cara y enfrió mis ideas, debía largarme de allí. Tenía el mando que abría el gran portón metálico, lo saqué del bolsillo de la chupa y justo en el momento en que iba a pulsar el botón que me llevaría hacia la libertad, algo negro se abalanzó sobre mí. Poco me costó percatarme de que era un Rottweiler furioso. "Maldito Joaquín, ¿no quieres que tu brujita desaparezca eh?" pensé mientras me quitaba al animal con una patada de encima. El perro no iba a darse por vencido fácilmente, saltó y consiguió tumbarme en  el césped. Sus dientes estaban afilados y me echaba el aliento caliente combinado con las babas en la jeta. Me entró la risa. Sí, aunque parezca ridículo empecé a descojonarme como una auténtica imbécil.

- ¡Quita chucho, que me estás empapando! ¡El pervertido de tu amo me seca la camiseta y ahora tú me haces esto? ¡sois los dos igual de perros! ¡jajajajaja!

Me reía a carcajadas mientras esquivaba los mordiscos del Rottweiler, a él la situación no parecía hacerle ninguna gracia.

- ¡Eh! ¡Eh! ¡Joya, es suficiente! ¡Yo me ocupo de ella!

Justo en ese momento me percaté de dos cosas: no era un perro, era una perra y Joaquín no estaba muerto. Al parecer no había llegado a romperle el cráneo, mi agresiva imaginación me solía jugar malas pasadas. Joya se apartó. Era una sumisa, no tenía nada que ver conmigo, por eso no nos llevábamos bien.

- Tu perrita es una joya Joaquín, trata a los invitados de maravilla - le dije mientras me incorporaba. 

- Sabe como detectar a una auténtica zorra...

A ricitos de oro le sangraba la cabeza, mucho, aquello parecía una fuente, era digno de admirar el hecho de que todavía pudiese mantenerse en pie y no haber perdido el sentido del humor.

- ¿Te he hecho daño? - le pregunté poniendo unos forzados y burlones morritos tristes.

Antes de que me respondiese apreté el botón del mando y el portón comenzó a abrirse. La perra ladraba como una loca, estaba fuera de sí.

- No brujita, el daño te lo voy a hacer yo a ti. 

 Se colocó detrás de mí y apretó mi espalda contra su pecho. Tapó mi boca con su mano derecha y con la otra me arrebató el mando y lo lanzó lejos de nosotros. Joya empezó a ladrar al mando, era muy tonta.
La puerta metálica ya estaba abierta de par en par, pronto empezaría a cerrarse de nuevo, tenía que darme prisa si quería escapar. Oí como Joaquín se bajaba la bragueta. Me rompió las medias.

- Espera, quiero que me beses, quiero sentir tus labios - me dijo mientras apartaba su mano de mi boca y me forzaba a colocarme frente a él. 
- ¿Sabes que estoy enamorándome de ti no? - le pregunté mientras me mordía ligeramente el labio inferior.

- Estás loca. Y eso me encanta. 
Le cogí de la nuca y le morreé. Escuché como la puerta se empezaba a cerrar. Era el momento. Le mordí la lengua con todas mis fuerzas hasta sentir el corte. Me dio un empujón muy brusco, me costó mantener el equilibrio.

- No sabes lo que has hecho, no sabes las consecuencias de ir de listilla por la vida, no tienes ni idea de con quien te estás metiendo.

- El que no tiene ni idea de con quien se está metiendo eres tú - le grité al tiempo que le daba una patada en la entrepierna.

Se tiró al suelo, no paraba de gritarme y maldecirme,  decía algo de sus huevos, yo ni siquiera le escuchaba. Cogí el mando y salí a la calle, pero justo en el último momento la perra clavó sus dientes en mi bolso. No me dejaba marchar. Estábamos invadiendo la trayectoria del portón así que los detectores de seguridad provocaron que la puerta se volviese a abrir. Joaquín se estaba incorporando, así que tuve que soltar el bolso y dejarlo en manos de Joya. Mi documentación, mi móvil, mis llaves y mi dinero ya eran historia. Una vez fuera pulsé el botón de cerrar y empecé a correr por el asfalto todavía mojado. Poco después escuché a Joaquín gritar:

- ¡Arrieros somos y en el camino nos veremos! ¡Hasta que la vida nos vuelva a unir, maldita bruja!

Me reí para mis adentros, estaba casi tan loco como yo, no era un mal tipo. Lo que nunca me hubiese imaginado era que tenía razón, que volveríamos a encontrarnos años después, aunque fuese en unas circunstancias muy distintas.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Capítulo 2: Pelirroja peligrosa.

Llovía a cantaros. El coche de Joaquín era un Porche plateado de dos plazas. Nunca he entendido demasiado de coches, pero parecía bastante caro. Me abrió la puerta del copiloto y yo me acomodé. Los asientos eran de cuero y el interior del vehículo olía a vainilla. El entró enseguida.


     - Dios, que frío hace –me quejé al tiempo que el vaho salía de mi boca.

     - Tranquila, ahora pongo la calefacción – me aclaró con su voz aterciopelada.


Seguidamente pasó su brazo sobre mis hombros y frotó energéticamente mi chaqueta para hacerme entrar en calor.

Apretó un botón y deslizó hacia la derecha el regulador de temperatura. Los asientos estaban climatizados. Me quité la chupa y la deje a un lado, junto a mi bolso. Noté como su mirada se posó en mi camisa de encaje.


     - Eres como una brujita sexy – me dijo – vas vestida de negro pero insinuando.

     - Yo no insinúo nada.

     - Ya bueno, pareces bastante directa y por lo visto con carácter.


Me callé. No tenía nada que contradecir, era la pura verdad. Él sonreía, no paraba de sonreír. Yo tan sólo abrí el pico para indicarle la dirección de mi casa. El asintió.

Diluviaba. Las gotas golpeaban el cristal frontal con furia, parecían enfadadas. Pasados cinco minutos me di cuenta de que nos estábamos alejando de mi barrio y habíamos tomado otra dirección.


     - Creo que te estás equivocando, vamos en sentido contrario.

   - Que me hayas dicho la dirección de tu casa es una buena información, pero no significa que vayamos a ir, no sé si lo entiendes – ni siquiera se volvió para mirarme.


Me asusté. Intenté abrir la puerta del coche, estaba cerrada.


     - Para, me vuelvo andando.

     - Que va.


Seguía conduciendo. Levantaba las cejas y sonreía exageradamente, la piel se le llenaba de arrugas, era demasiado mayor para mí.


     - Tienes más de veintiocho años, ¿verdad?


No dijo nada. Posó su mano en mi muslo. La fina media me permitía sentir el calor: ardía al tacto. Un sudor frío recorrió mi piel, temía por mi vida. No debía haber subido a aquel maldito coche.


     - No lo entiendo, de verdad que no lo entiendo – decía al tiempo que negaba con la cabeza sin dejar    de mirar al frente.


De pronto me di cuenta de que los limpiaparabrisas hacían un ruido demasiado fuerte, no me dejaban pensar. Me alteraban.


     - ¿El qué no entiendes Joaquín? – le pregunté mostrando una mínima parte de mi nerviosismo.

     - Eso que dicen de que las pelirrojas sois peligrosas, porque tú estás acojonada pequeña.


Yo era morena, pero me había teñido el pelo de color caoba, algo que pegaba bastante con mi estilo Glam Rock.


     - No estoy acojonada – le ladré disimulando el temblor de mi voz.


No podía permitirme venirme abajo, tenía que plantarle cara. Siempre he sido una tía valiente. Iba a librarme de ese tío, todavía no sabía cómo, pero lo iba a hacer. Improvisaría tal y como me habían enseñado en las clases de interpretación, ya que al fin y al cabo la vida no es tan distinta a una obra de teatro. La gente actúa, o dicho de manera más coloquial, miente. Todo el mundo pretende ser algo que no es para ganar, para triunfar. La vida es como el póker: un juego de falsas apariencias en el que no gana el que mejores cartas tiene, sino el que sabe cómo jugarlas.

Joaquín me había engañado, había fingido ser otro. Era una mala persona. No obstante, yo iba a hacer exactamente lo mismo para escapar de esa incómoda situación, me pondría una careta durante unos minutos, quizás media hora. ¿A caso no era lo mismo que había hecho él? ¿Cómo de gruesa es la frontera que separa el bien del mal?


     - Sólo pensaba parecer inocente y asustada, creía que te gustaba ese rollo – le dije forzando un tono sensual en mi aguda voz.

     - Ah. ¿Eres mala eh? Eres de las mías.

     - Yo seré lo que tú quieras que sea – dije al tiempo que me subía ligeramente mi minifalda.


Él suspiro y siguió conduciendo. Yo no dije nada, sólo le miraba como una gata en celo. No aparté mis ojos de su rostro hasta que paró el coche frente a una enorme puerta de metal. Sacó un pequeño mando de la guantera y la abrió pulsando un botón. Entramos al jardín.


     - ¿Es tu casa? – le pregunté asombrada.

     - Sí y esta noche también tuya.


Aquel tío era un pervertido, un madurito al que le iban las jovenzuelas. No parecía a simple vista muy peligroso, pero no me había dejado volver a mi casa en cuánto se lo pedí. No era legal, debía deshacerme de él. Al bajar del coche cogí disimuladamente el mando de la puerta de salida, ya que podría necesitarlo, lo guardé en el bolsillo de mi chupa y cerré la cremallera. Seguía lloviendo.
Anduvimos hasta llegar a la casa en sí. Era un chalet enorme, con las paredes blancas y una piscina que lo rodeaba completamente. Las gotas de lluvia hacían salpicar el agua. Precioso. Al haber ya poca luz, una gran cantidad de luces iluminaban cálidamente el jardín. Entramos. Joaquín me dio una palmadita en el culo al llegar al recibidor.


     - ¿Qué te parece brujita? – me preguntó al tiempo que abría una puerta doble de cristal.


Un enorme salón apareció ante mis ojos: era blanco, de estilo minimalista. Me gustaba. Nuevamente todo olía a vainilla, un aroma que una vez te invade las fosas nasales es difícil deshacerse de él.


     - Tienes buen gusto para la decoración – le dije al tiempo que toqueteaba con mis dedos fríos una lámpara de diseño con forma de gato.

     - Sí, bueno, no quiero sonrojarme. Vamos al baño y te presto un secador, estás empapada.


Subimos unas escaleras muy acorde con la decoración de la casa y finalmente llegamos al dormitorio. Tenía una cama de matrimonio enorme con una colcha blanca y un cojín negro al igual que la pared de detrás del cabezal. Joaquín me ayudó a quitarme la chupa y yo dejé el bolso en el perchero. El suelo era de madera, aunque estaba cubierto de una alfombra también oscura. Comunicado con la habitación y sin ningún tipo de intimidad, había un baño con un pequeño jacuzzi. Joaquín abrió un armario y cogió un secador. Lo enchufó a media potencia y empezó a secarme la camisa de encaje. Al yo ser mucho más bajita, se tuvo que arrodillar, cuando lo hizo, se quedó mirando mis pequeños pechos.

Me sentí incómoda, demasiado. Tenía que actuar pronto si no quería que aquel pirado hiciese conmigo lo que se le antojara. Efectivamente, posó una mano sobre mi pecho izquierdo y comenzó a acariciarlo.


     - Termino yo con el pelo si te parece y así no adelantamos acontecimientos – le dije con un tono ligeramente nervioso.

     - Está bien.


Justo en el momento en que me dio el secador le golpeé la cabeza con éste y cayó al suelo, al ver que se movía rematé la faena. Pude oír su cráneo romperse, o tal vez me lo imaginé. Esquivé su cuerpo pasando la pierna por encima de él, ya que bloqueaba mi camino. Me puse la chupa y cogí el bolso que había dejado colgado en el perchero. Miré el cuerpo inconsciente de Joaquín. ¿Me lo había cargado? Suspiré. Realmente no me importaba.

sábado, 20 de octubre de 2012

Capítulo 1: La fábrica de nubes.


   Aviso: Los personajes de esta novela están basados en personas de la vida real, no obstante,  sus actos y la mayoría de las actitudes que muestran son fruto de la imaginación.


       - Has vuelto a ganar, mamón.

Exactamente no sé cómo llegué a ese bar. Era oscuro, pequeño y cutre, pero al menos estaba medianamente limpio. Todo olía a corcho de botella de vino. Fuera llovía a cantaros y el frío era de ese que se te mete en los huesos. Estaba rodeada de hombres, algo que no me incomodaba en absoluto.

Me había sentado junto a la barra, en el primer taburete libre que había encontrado, al lado de dos tipos bastante peculiares. Justo a mi derecha reía un chico rubio de pelo escandalosamente rizado. El otro era moreno y parecía bastante regordete. Se entretenían con un estúpido juego de borrachos en el que tan sólo eran necesarios unos cuantos tapones de cerveza. Yo miraba a los dos tíos de reojo, al tiempo que me bebía una ‘Desperados’.

Tan sólo llevaba una semana en aquella pequeña ciudad. Vivía en un piso de alquiler, era bastante barato y  lo suficientemente grande para mí. Borja me había dejado. Yo me había ido de la ciudad, necesitaba empezar de nuevo. Era joven y espabilada, podía hacerlo. Cinco años de sufrimiento y desgaste emocional no habían sido nada comparado con todo el tiempo que me quedaba por vivir. Podría decir que cuando terminó la relación me morí. De todas maneras, lo bueno de morir es renacer, ¿no?

      - ¿Cómo se juega? – me atreví a preguntar a los dos desconocidos.


Me miraron algo desconcertados. Dejaron de reírse por un momento y el rubio se puso algo serio antes de dirigirse a mí:


       - No me puedo creer que a una belleza como tú le interesen nuestras gilipolleces.

       - Pues créetelo y de belleza nada, como se nota que has bebido – le contesté muy segura de mí misma y con una sonrisa picarona.


Él arrastró su taburete hacia atrás para hacerme un hueco e indicó con la mano que yo acercase el mío. Lo hice. Él me miró. Yo le gustaba, lo vi en sus ojos azules.  Me tendió su mano, tenía las venas marcadas:


       - Me llamo Joaquín, ¿y tú?

       - Yo soy Nina– le dije mientras le daba un apretón cordial.

       - Yo Bruno – dijo su amigo mientras me saludaba con dificultad al estar sentado a la derecha del rubio.


Joaquín redistribuyó los tapones de cerveza por la barra y puso cara de concentración. Fue entonces cuando me di cuenta de que era un hombre muy atractivo.  Fijo sus ojos en los míos y empezó a hablar:


       - A ver es muy fácil. Ponemos los tapones de cerveza en forma de triángulo. En la base siete, en la siguiente fila cinco…


El juego era fácil y simple, tan sólo había que retirar los tapones que se rozaban de dos en dos y el que se quedaba con el tapón del final, el cual no tenía pareja, perdía.


       - Pero sólo podemos jugar dos personas – dijo Joaquín mientras fulminaba a Bruno con la mirada.

       - Ah… no, si yo ya me iba, que mi mujer estará ya de los nervios.


Cuando salió del bar, una ráfaga de viento entró desde fuera y  nos erizó la piel. Bruno había recalcado la palabra mujer y eso había hecho que me percatara de que eran más mayores de lo que pensaba. Decidí ser directa y no andarme con rodeos:


       - ¿Ha dicho mujer? ¿Tú cuántos años tienes?

       - Tengo veintiocho años, soy un soltero de oro – me contestó con una amplia sonrisa.


Yo sonreí como una estúpida, aquel tipo me encantaba.


       - ¿En qué trabajas? – curioseé antes de sorber el último trago de cerveza rubia.

       - ¿Solamente quieres saber en qué trabajo o quieres saber algo más?

       - Simplemente habla, quiero escucharte – le contesté después de morderme el labio inferior.

       - Pues… veamos…  ¿qué decirte? soy un tío legal, sí,  independiente, con los pies en el suelo     ¿sabes? Vivo solo desde hace años, mi familia es de Barcelona y apenas los veo, tampoco me importa. Amo el arte, especialmente la pintura, es más, pinto en mis ratos libres. Bebo cerveza en este bar de mala muerte para no olvidarme de donde vengo, de que no siempre fui rico. Sí, como lo oyes, tengo dinero, muchísimo dinero, más del que te puedas imaginar. Tengo coches caros, una casa grande y una enorme piscina… vivo bien, pero vivo solo.


No dije nada, sólo asentí y permanecí en silencio.


      - Creo que ya es un poco tarde para ponernos a jugar a la tontería esta de los tapones… ¿te acerco a tu casa? – me preguntó al tiempo que me tendía una mano para ayudarme y con la otra se sacaba del bolsillo las llaves del coche.

       - No voy a subir al coche de un desconocido y además todavía no me has dicho en qué trabajas.


Me estaba haciendo la difícil, no obstante, me moría por irme con él.


       - ¿Y si te digo en qué trabajo dejaré de serlo?

       - Entonces sí – me gustaba ese juego, estaba dispuesta a arriesgar mi vida sólo por saber algo más de él – si me dices dónde trabajas el asunto cambia.

       - Soy el dueño de una fábrica de nubes.


Los dos sonreímos.


      - Esperaba algo menos dulce tratándose de un cara dura como tú.

      - Yo soy muy dulce.

      - Déjame comprobarlo.


Le cogí la mano y salimos del bar.