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jueves, 1 de noviembre de 2012

Capítulo 2: Pelirroja peligrosa.

Llovía a cantaros. El coche de Joaquín era un Porche plateado de dos plazas. Nunca he entendido demasiado de coches, pero parecía bastante caro. Me abrió la puerta del copiloto y yo me acomodé. Los asientos eran de cuero y el interior del vehículo olía a vainilla. El entró enseguida.


     - Dios, que frío hace –me quejé al tiempo que el vaho salía de mi boca.

     - Tranquila, ahora pongo la calefacción – me aclaró con su voz aterciopelada.


Seguidamente pasó su brazo sobre mis hombros y frotó energéticamente mi chaqueta para hacerme entrar en calor.

Apretó un botón y deslizó hacia la derecha el regulador de temperatura. Los asientos estaban climatizados. Me quité la chupa y la deje a un lado, junto a mi bolso. Noté como su mirada se posó en mi camisa de encaje.


     - Eres como una brujita sexy – me dijo – vas vestida de negro pero insinuando.

     - Yo no insinúo nada.

     - Ya bueno, pareces bastante directa y por lo visto con carácter.


Me callé. No tenía nada que contradecir, era la pura verdad. Él sonreía, no paraba de sonreír. Yo tan sólo abrí el pico para indicarle la dirección de mi casa. El asintió.

Diluviaba. Las gotas golpeaban el cristal frontal con furia, parecían enfadadas. Pasados cinco minutos me di cuenta de que nos estábamos alejando de mi barrio y habíamos tomado otra dirección.


     - Creo que te estás equivocando, vamos en sentido contrario.

   - Que me hayas dicho la dirección de tu casa es una buena información, pero no significa que vayamos a ir, no sé si lo entiendes – ni siquiera se volvió para mirarme.


Me asusté. Intenté abrir la puerta del coche, estaba cerrada.


     - Para, me vuelvo andando.

     - Que va.


Seguía conduciendo. Levantaba las cejas y sonreía exageradamente, la piel se le llenaba de arrugas, era demasiado mayor para mí.


     - Tienes más de veintiocho años, ¿verdad?


No dijo nada. Posó su mano en mi muslo. La fina media me permitía sentir el calor: ardía al tacto. Un sudor frío recorrió mi piel, temía por mi vida. No debía haber subido a aquel maldito coche.


     - No lo entiendo, de verdad que no lo entiendo – decía al tiempo que negaba con la cabeza sin dejar    de mirar al frente.


De pronto me di cuenta de que los limpiaparabrisas hacían un ruido demasiado fuerte, no me dejaban pensar. Me alteraban.


     - ¿El qué no entiendes Joaquín? – le pregunté mostrando una mínima parte de mi nerviosismo.

     - Eso que dicen de que las pelirrojas sois peligrosas, porque tú estás acojonada pequeña.


Yo era morena, pero me había teñido el pelo de color caoba, algo que pegaba bastante con mi estilo Glam Rock.


     - No estoy acojonada – le ladré disimulando el temblor de mi voz.


No podía permitirme venirme abajo, tenía que plantarle cara. Siempre he sido una tía valiente. Iba a librarme de ese tío, todavía no sabía cómo, pero lo iba a hacer. Improvisaría tal y como me habían enseñado en las clases de interpretación, ya que al fin y al cabo la vida no es tan distinta a una obra de teatro. La gente actúa, o dicho de manera más coloquial, miente. Todo el mundo pretende ser algo que no es para ganar, para triunfar. La vida es como el póker: un juego de falsas apariencias en el que no gana el que mejores cartas tiene, sino el que sabe cómo jugarlas.

Joaquín me había engañado, había fingido ser otro. Era una mala persona. No obstante, yo iba a hacer exactamente lo mismo para escapar de esa incómoda situación, me pondría una careta durante unos minutos, quizás media hora. ¿A caso no era lo mismo que había hecho él? ¿Cómo de gruesa es la frontera que separa el bien del mal?


     - Sólo pensaba parecer inocente y asustada, creía que te gustaba ese rollo – le dije forzando un tono sensual en mi aguda voz.

     - Ah. ¿Eres mala eh? Eres de las mías.

     - Yo seré lo que tú quieras que sea – dije al tiempo que me subía ligeramente mi minifalda.


Él suspiro y siguió conduciendo. Yo no dije nada, sólo le miraba como una gata en celo. No aparté mis ojos de su rostro hasta que paró el coche frente a una enorme puerta de metal. Sacó un pequeño mando de la guantera y la abrió pulsando un botón. Entramos al jardín.


     - ¿Es tu casa? – le pregunté asombrada.

     - Sí y esta noche también tuya.


Aquel tío era un pervertido, un madurito al que le iban las jovenzuelas. No parecía a simple vista muy peligroso, pero no me había dejado volver a mi casa en cuánto se lo pedí. No era legal, debía deshacerme de él. Al bajar del coche cogí disimuladamente el mando de la puerta de salida, ya que podría necesitarlo, lo guardé en el bolsillo de mi chupa y cerré la cremallera. Seguía lloviendo.
Anduvimos hasta llegar a la casa en sí. Era un chalet enorme, con las paredes blancas y una piscina que lo rodeaba completamente. Las gotas de lluvia hacían salpicar el agua. Precioso. Al haber ya poca luz, una gran cantidad de luces iluminaban cálidamente el jardín. Entramos. Joaquín me dio una palmadita en el culo al llegar al recibidor.


     - ¿Qué te parece brujita? – me preguntó al tiempo que abría una puerta doble de cristal.


Un enorme salón apareció ante mis ojos: era blanco, de estilo minimalista. Me gustaba. Nuevamente todo olía a vainilla, un aroma que una vez te invade las fosas nasales es difícil deshacerse de él.


     - Tienes buen gusto para la decoración – le dije al tiempo que toqueteaba con mis dedos fríos una lámpara de diseño con forma de gato.

     - Sí, bueno, no quiero sonrojarme. Vamos al baño y te presto un secador, estás empapada.


Subimos unas escaleras muy acorde con la decoración de la casa y finalmente llegamos al dormitorio. Tenía una cama de matrimonio enorme con una colcha blanca y un cojín negro al igual que la pared de detrás del cabezal. Joaquín me ayudó a quitarme la chupa y yo dejé el bolso en el perchero. El suelo era de madera, aunque estaba cubierto de una alfombra también oscura. Comunicado con la habitación y sin ningún tipo de intimidad, había un baño con un pequeño jacuzzi. Joaquín abrió un armario y cogió un secador. Lo enchufó a media potencia y empezó a secarme la camisa de encaje. Al yo ser mucho más bajita, se tuvo que arrodillar, cuando lo hizo, se quedó mirando mis pequeños pechos.

Me sentí incómoda, demasiado. Tenía que actuar pronto si no quería que aquel pirado hiciese conmigo lo que se le antojara. Efectivamente, posó una mano sobre mi pecho izquierdo y comenzó a acariciarlo.


     - Termino yo con el pelo si te parece y así no adelantamos acontecimientos – le dije con un tono ligeramente nervioso.

     - Está bien.


Justo en el momento en que me dio el secador le golpeé la cabeza con éste y cayó al suelo, al ver que se movía rematé la faena. Pude oír su cráneo romperse, o tal vez me lo imaginé. Esquivé su cuerpo pasando la pierna por encima de él, ya que bloqueaba mi camino. Me puse la chupa y cogí el bolso que había dejado colgado en el perchero. Miré el cuerpo inconsciente de Joaquín. ¿Me lo había cargado? Suspiré. Realmente no me importaba.

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