Me desperté o tal vez resucité, en una cama desconocida. Los rayos de luz atravesaban la ventana e iluminaban la pequeña habitación. Una silla rebosaba ropa sucia, o tal vez limpia. Había un póster enorme de Bob Marley cubriendo la pared de lado a lado. Ah, sí. Estaba en casa del porreta, de Omar. Me rujió el estómago. Tenía hambre, demasiada hambre. Me levanté de golpe y salí al pasillo en busca de la cocina. Mis pies descalzos se helaban a cada paso. Llevaba una camiseta grande a modo vestido, sería de él. No me costó encontrar la cocina, era pequeña, como el resto de la casa. Abrí la nevera, estaba medio vacía. Cogí una tableta de chocolate y la partí por la mitad. Me apoyé en la encimera y empecé a zampar. El fregadero estaba lleno de platos sucios y del cubo de basura sobresalía la esquina de una caja de cartón de una pizza. Poco tardé en terminar de comer, después me lamí los dedos, aunque se me quedaron algo pegajosos. Y entonces fue cuando le escuché. Me dirigí a la sala de estar lentamente, con pasos de gatita, intentando hacer el menor ruido posible. La puerta estaba entornada, me asomé. Omar estaba sentado en su sillón de mierda y tocando una guitarra de mierda. Pero la canción era buena. Era lo único bueno de todo. Del mundo en general. Era lo mejor que había vivido la humanidad hacía mucho tiempo. Entonces me vio y paro en seco. Yo entré en escena.
- Nunca dejes de hacer algo que haces bien - le dije mientras me sentaba a su lado.
Él no dijo nada. Después guardó la guitarra en una funda y la dejó apoyada en la pared.
- No te metí mano.
- Ya se que no me metiste mano, ¿me desmayé y me llevaste a tu cama no?
- La camiseta es mía, te la puse yo.
- Sé que no te has aprovechado de mí, eres demasiado distante.
-¿Te vas a ir?
- Sí, dentro de nada.
Se levantó y a los dos minutos volvió con una sudadera suya, mi minifalda, mis botas y mis medias rotas.
- Si quieres pantalones te los tendrás que comprar, no creo que te vengan los míos - me dijo.
Y entonces sonrió por segunda vez. Me lanzó su sudadera. Me quité la camiseta y me la puse, después la minifalda y las medias, todo delante de él. Hizo como si no mirara, pero yo sabía que sí. Finalmente me enfilé las Martens. Me dejé mi chupa y mi camisa de encaje allí, así tendría excusa para volver en caso de que fuese necesario. Me levanté y me despedí:
- Bueno pues me voy, ha sido breve pero intenso.
Le di la espalda y crucé el marco de la puerta.
- Nina - me llamó. No me lo esperaba.
Me giré y le miré sorprendida. Y la vi. Vi esa mirada en sus ojos.
- Cuídate - me dijo.Le sonreí.
- No te enamores de mí, Omar.
Él no me dijo nada y yo salí de su casa. Bajé las escaleras y llegué a la calle. Había poca gente, sería temprano.
- ¡IMPOSIBLE!
Miré hacia arriba y vi a Omar asomado al balcón.
- ¡¿QUÉ ES IMPOSIBLE?! - le grité.
- ¡IMPOSIBLE ES NO ENAMORARSE DE TI!
Qué buena era mi vida, joder.