El tío se llamaba Omar. Vivía en un piso pequeño y sucio. Oscuro. Cualquiera que viviese allí querría suicidarse o se haría escritor. Sí, la escritura y el suicidio se parecen, aunque no sé exactamente en qué. O a lo mejor sí. Había un pasillo estrecho, al fondo el salón. Un sofá negro de cuero viejo, o quizás imitación al cuero. Destrozado pero utilizable. No había televisión y olía a porro.
- No tienes tele.- No.
Tampoco me importaba demasiado la razón, así que no indagué. En realidad aquel desconocido me importaba una mierda, al igual que le importaría yo. Teníamos mucho en común.
Me senté en el sofá, más bien me tiré sobré él, estaba reventada, la violencia y adrenalina de aquel día me estaban ya pasando factura, estoy loca, pero no tanto.
Omar se fue. Yo aproveché para quitarme la chupa y acomodarme. No sabía que iba a hacer el día siguiente y eso me llenaba. Me sentía viva. Cerré los ojos y eché mi cabeza hacia atrás. Sonreí, me encantaba sonreír. A los pocos minutos noté que el sofá se hundía a mi derecha, así que abrí los ojos. Omar se había sentado y tenía el grinder y la maría ya en su mano.
- ¿te vas a fumar un porro?- ¿siempre piensas en voz alta?
Me callé. Con ese tío era imposible mantener una conversación, una pena, porque yo adoro hablar. Era un poco gilipollas pero me caía bien. Mientras se liaba el porro empecé a pensar. No había televisión así que no tenía nada mejor que hacer que pensar. Tal vez me quitaría la tele de mi piso, sí, la iba a tirar por la ventana en cuánto volviese. Bueno, a lo mejor no iba a volver. No, no iba a volver, al menos en mucho tiempo. Era hora de dejar de sobrevivir, de empezar a vivir.
Después de prensar el porro, lo encendió y le dio una calada. Le miré fijamente los labios, los tenía bonitos.
- ¿Quieres?
- Sí.
Lo cogí y le di una calada. Nunca lo había probado, así que ya era hora de hacerlo. Me tragué el humo y esperé un rato, después lo eché. Noté como mis músculos se relajaban. Se lo pasé. Él le dio dos caladas fuertes y me lo tendió. Tenía los ojos rojos. Yo le di otra, más profunda que la anterior. Cuando se lo pasé me di cuenta de que me empezaban a pesar los párpados y eso me hacía gracia. Me empecé a reír. Y fumamos hasta que se acabó. Yo no podía parar de reír y él estaba medio sobado. Un hormigueo recorría mis manos. Seguí riéndome hasta que él se despejó y empezó a reírse.
- ¿Es tu primera vez o qué?
Yo intenté contestarle pero me di cuenta de que no podía. El hormigueo me había llegado a los labios y no podía articular palabra, sólo podía reírme. Me acosté en el sofá y empecé a darle patadas juguetonas.
- Madre mía, como se te va la pinza - me dijo mientras me cogía de los pies.El hormigueo se fue propagando hasta que no sentía mi cuerpo. Entonces me di cuenta de que algo en mí no iba bien. Me caí del sofá y perdí el conocimiento. Oscuridad.