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viernes, 25 de abril de 2014

Capítulo 7: Marroquí de Marruecos.

Me encanta el sol de después de la lluvia. Es como cuando te acuestas podrida y ahógandote en lágrimas y  a la mañana siguiente mágicamente te encuentras mejor, renovada y más segura de ti misma. Con fuerzas, con sol, con vida. Entonces me acordé de Borja, de mi exnovio, y básicamente de lo mucho que me había jodido. Y le di las gracias mentalmente, de corazón. Ahora era una mujer nueva, recién sacada del embalaje, sedienta de vida y ansiosa de triunfo. "Lo que no te mata te hace más fuerte" y vaya que si lo había hecho. Llevaba desde adolescente adorando a los "sin casa" a la gente libre, sin ataduras, a aquellos solitarios de los bares, de las calles, los cines y los museos. Amaba a los que habían aceptado la inevitable muerte y se dedicaban a exprimir cual naranja cada segundo, cada milésima de tiempo para sacar todo el jugo posible a su vida. Y joder, me pregunté ¿Por qué adorarlos y no ser uno de ellos? Y así lo hice, la palmamos demasiado pronto como para ocupar nuestro valioso e irrecuperable tiempo en cosas que realmente no queremos hacer. 

Inmersa en mis pensamientos llegué a un Kebab. El estómago me avisó de que tenía que entrar. Y entré.
El mostrador estaba vacío. Pensé en coger alguna bolsa de patatas que había en los estantes e irme corriendo. Pero no lo hice.

- Hola - dije con una voz aguda forzada. 
Y entonces pasaron dos cosas a la vez: Apareció un chico guapísimo y yo me acordé de que no tenía cartera y por lo tanto, tampoco dinero.  Tal vez debería haber robado las patatas. Puse cara de disgusto.

- ¿Estás enfadada? - me preguntó el moro guapo.
- Bueno, algo así... ¿tan expresiva soy? 
- O yo observador, según se mire - me contestó - ¿qué te pasa? 
- Qué tenía que haberte "chingado" algo cuando estabas dentro, acabo de acordarme de que no tengo dinero. 

El moro sonrió. Y vaya sonrisa. Y qué pestañas más largas. Y qué todo. Yo también le sonreí.

- Qué pestañas tienes. Eres un moro guapo - le dije sin pensarlo.

Él se puso colorado y miró hacia abajo.

- Dime que quieres.
- Si no tengo dinero.
- Tú dimelo. 
- A ti.

Otra vez sus pestañas hacia abajo.

- De comer, tonta - me dijo.
- Una bolsa de patatas de esas - le indiqué mientras las señalaba. 
- Pues aquí las tienes.

Me las tendió y cuando las iba a coger vaciló.

- Dime como te llamas antes.
- Me llamo Nina - le contesté con una sonrisa pícara.

Me dio la bolsa y le di las gracias mirándole a los ojos. Después di media vuelta y me dispuse a salir a la calle.

 - Por cierto en  en España nos llamáis a todos "moros" pero yo soy marroquí, lo de "moro"  no existe.
 - Ahám. Perdona entonces. Aunque preferiría llamarte por tu nombre.
 - Me llamo Adil. 
 - Encantada Adil. Volveré pronto por aquí.