Anduve o andé, todavía no lo tengo muy claro, pero avancé. Siempre se avanza andando. El asfalto estaba empapado y todo olía a perro mojado . Estaba sola y joder, bendita soledad. Era libre, completamente libre. No tenía móvil, no tenía llaves, ni siquiera dinero, pero me sentía sospechosamente bien. Claro que de libertad no se vive y debía encontrar un medio para llegar a casa, al menos a la ciudad. AUTOESTOP. La palabra me vino a la cabeza de repente y eso era lo que iba a hacer. Siempre me he guiado por mis impulsos, siempre, y mi extravagante personalidad es fruto de ello. No sé exactamente quién soy, pero sé que algún día seré alguien importante: soy una estrella, pero todavía nadie se ha dado cuenta.
Me paré en el arcén de la carretera y levanté el dedo pulgar. Nadie paraba. Pasaba un coche cada dos minutos aproximadamente. Estaba anocheciendo, pero todavía había algo de luz. Me veían. Me veían y no paraban y eso me cabreaba. No iban muy rápido, así que decidí colocarme en medio de la carretera. Un Polo blanco con música Reggae a todo volumen se dirigía hacia a mí a una velocidad considerable. Intentó esquivarme pero yo todo el tiempo me interponía en su camino. Tragué saliva, por un momento pensé que no iba a frenar, pero lo hizo. De golpe. Se me erizó la piel. Tocó el claxon repetidas veces. Le miré a través del cristal delantero. Era un tío joven. Abrió la puerta y entonces pude reconocer que la canción que escuchaba era "Tú eres como el fuego" de Morodo. Un coche se acercaba, como invadíamos su trayectoria, nos adelantó por el carril izquierdo y al pasar el viejo que lo conducía grito: "¡CAPULLOS, NO OS PODÉIS QUEDAR AHÍ PARADOS!". Ninguno de los dos se inmutó a causa de aquel comentario.
El chaval parecía tranquilo, era muy delgado y alto. Se acercó a mí y me susurró al oído:
El resto del trayecto lo pasamos callados. Cuando llegó al barrio donde vivía aparcó. Quitó las llaves del coche y se quedó mirándome fijamente, tenía los ojos achinados.
El chaval parecía tranquilo, era muy delgado y alto. Se acercó a mí y me susurró al oído:
- No tengo dinero.
- ¿Que dices? No quiero dinero, quiero que me lleves a la ciudad.
- Pero ¿no eres puta?Quizás el rímel corrido y las medias rotas ayudaban a su deducción, así que no se lo tuve en cuenta.
- He tenido algún que otro percance. Déjame subir en tu coche, por favor.Me sonríó, tenía un diente partido. Me indicó con la mano que le siguiese, abrió la puerta del copiloto y él, rodeando el capó, paso a la otra parte del vehículo y se sentó tras el volante. Los dos cerramos las puertas a la vez. Paró la música y arrancó. El interior del coche olía a porro.
- ¿A qué te dedicas?
- No te incumbe - me contestó el muy imbécil.
- Ah.
El resto del trayecto lo pasamos callados. Cuando llegó al barrio donde vivía aparcó. Quitó las llaves del coche y se quedó mirándome fijamente, tenía los ojos achinados.
- ¿Puedo pasar la noche en tu piso? - le pregunté.
- Claro.
QUIIIIIIIIIIIERO MAS! ME ENCANTA!
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